Están haciendo un carril
Para cuando se publique este envío programado, probablemente te encontrarás tú ya en el cementerio, presentando tus respetos el día en que se cumplen equis años, qué más da: “ha pasado tanto tiempo que ya casi no es cierto”. No obstante, nunca hablas de ello con nadie, primera vez que te animas a escribir al respecto. Si, como dicta el refrán cabilio, “citar es resucitar”, en algún punto decidisteis no invocarla más, tal era el dolor. Pero tienes ahora esta pequeña ventana al mundo, que te procuraste hace unos meses, amparada en el anonimato. De aquel día hay demasiadas fotos a las coronas de flores, obsesión del abuelo dejar testimonio de respeto y afecto. Fotos que descontextualizadas dejan frío, cual vasijas de museo griego provincial, que no hicieron méritos suficientes para llegar hasta el museo grande en Atenas. Las personas somos tecnología en movimiento, una dinámica social. El tiempo arrasa con los recuerdos más intensos borrando hasta las caras, cómo se hace para recordar aquello que nunca fuera olvidado.
Melancoboy
Ciertos dolores repelen las palabras. Cómo es que se vuelve uno taciturno, tal vez de golpe, desde aquel instante. Cuesta años liberarse del presentimiento de que la vida no habrá de serte amable: por qué habría de serlo, si ha probado ya que no te debe nada. Sí, como del rayo debió de ser ese algo que no pudo alcanzar al resto e impactó únicamente en vosotros tres aquel día. Lluvia fina o capa de ceniza, una película de cinismo que dotara a vuestras tres pieles de un mismo aroma a dolor: cicatriz idéntica en tres cuerpos, de lo que significa perderle a la vida confianza. Hace no tanto supiste por tu tía que el caso resultó de interés médico, que cierta imagen escaneada de su vientre anduvo desfilando entre congresos de doctores. Protestarías por lo impúdico, el fuero interno de la mujer está destinado a la sola contemplación de aquellos ojos nacidos a su través. Pero no se puede ser siempre tan beligerante, como de costumbre estás ya divagando.
Pesca de río
No sabrías explicar bien por qué recuerdas tanto a aquel espontáneo de la noche salmantina, al que a duras penas lograrías ya poner cara. Nunca has creído que la edad fuera un número, así que rápidamente desentonó para ti, hacia lo oscuro del bar, su figura de cincuentón solitario. Recuerdas haberte enzarzado con Dani en polémica amistosa: tú siempre tan radical, deja que todo fluya, etc. Entonces saliste a fumar y quiso la casualidad que saliera aquel hombre detrás. Te somete a interrogatorio, que concedes responder pacientemente: a los borrachos hay que tratar de prestarles oído siempre, mañana podrías ser tú. Admirado al descubrir que nacisteis ambos tras los mismos límites provinciales, se entrega entonces a una explicación minuciosa sobre el arte de la pesca fluvial. Pero tu cigarrillo se agota y es poco o nada lo que sabes sobre pesca. Sugieres de buen grado no ser público adecuado, ante lo cual alega él: su exmujer no le permite ver a sus hijos.
Amore e morte
“Ingenerò la sorte”. Piensas en aquel verso de Leopardi: eros, thanatos. Lo cual, te parece, tampoco tiene tanto sentido, pues el amor es más bien una presencia y la muerte una ausencia. Bien pensado, amor que se viva como ausencia por fuerza será algún tipo de muerte: indiferencias moravianas. Y qué ausencias son más dolorosas, aquellas que fueron o aquellas que ya nunca llegarán a ser. Espabílate, divagas otra vez. Te comprometiste a escribir sobre la importancia de los linajes. Todo lo que debe pedirse a un padre es que columpie bien y cargue contigo a sus espaldas, cuando estás enfermo. Tampoco para él fue fácil, no siempre lo supiste entender. Quizás también a paternidades amputadas deba prestarse oído, al fin y al cabo, mañana (hoy) podrías ser tú. Recuerda escribir sobre linajes. Encenderás otro cigarrillo: “strike another match, go start anew”. Ta-ci-tur-no.