Fantasma en la máquina
A pesar de los esfuerzos, hasta hace no tanto era difícil imaginar robots capaces de imitar decentemente el repertorio humano de movimientos, atascados como parecían en tareas a priori simples, como subir peldaños. Ocurre que humanos o animales aprenden a subir escaleras observando cómo lo hacen sus semejantes. Se trata de conductas no programables. Observar la ejecución en otros activa las neuronas espejo, cuyo descubrimiento refrendó la intuición aristotélica: somos el animal mimético por excelencia. En el pasado, el robot fue concebido cartesiano fantasma-en-la-máquina: amasijo de metales al que preñar con una conciencia. El software echando el hardware a andar: ¿pero y si la clave radicara en invertir el orden de la secuencia? Un robot capaz de desenvolverse más práxicamente es un robot más humano: he ahí donde aguarda ser decodificada la glándula pineal.
Solvitur ambulando
Estamos hoy más cerca de reemplazar una conciencia humana que no un cuerpo humano, invitación a repensar esquemas filosóficos largo tiempo heredados. El desigual progreso en inteligencia artificial y robotización sugiere una extinción más temprana a la figura del consultor que a la del peluquero o barrendero, pues la mímesis corporal se les sigue resistiendo a los robots. El cartesianismo impide comprender nuestro hecho distintivo: no una conciencia híper desarrollada, sino un cuerpo (auto)consciente. Arnold Gehlen habló de una cierta kinefantasía en la especie, repertorio de movimientos tendencialmente infinitos, indeterminación o salvación: diseñados para nada, capaces de cualquier cosa. Bailarina del Bolshói, tornero fresador. Scheler, por su parte, pensaba que era la torpeza prerrogativa de la criatura inteligente, que ensaya novedades. Es el gato más preciso que el perro, ¿acaso más inteligente? Decía Nietzsche que el pensamiento vale más la pena si es caminado. Fascinan hoy técnicas corporales análogas a las que cautivaran ya a los griegos: atletas y poetas, estadio o escenario poniendo los cuerpos a trabajar.
Caer como el relámpago
Sólo queda por saber cómo apaciguaremos el malestar político de clases medias con credenciales académicas pero resentidas: pobres consultores. Pues también decía Gehlen que, por ser el único animal necesitado de procurarse destino, es el hombre el único susceptible de degenerar. Prematuro temer un ejército industrial de reserva revestido en chapa, del maestro Aristóteles al simpático Rizzolatti nos recuerdan que no hay atajos a la fabricación de un ser humano: mejor no abortar la vía conocida. Tampoco parece probable nuestra transformación en cíborgs, el Alzhéimer y otros extraños males demuestran cómo conciencia y motricidad se fecundan mutuamente. El conflicto no podrá verse abolido, mientras queden dos seres humanos en pie habrá deseo mimético, lo que aleja la paz perpetua. Resiste el misterio cristológico, antídoto preferible al tecnognosticismo de Silicon Valley. Toda época en bancarrota moral demanda nueva síntesis cultural: el tiempo dirá si esperando a Godot o al apóstol Pablo.