Belleza como tecnología
A la belleza estamos obligados a rendirle tributo, lo cual no implica claudicar ante ella, sino sencillamente reconocer su poder. Varones y mujeres seducen amparados en distintas tecnologías. Ante mujer que se sabe atractiva y gobierna sobre su propio capital erótico, bien pueden tambalearse las jerarquías sociales: arquetipo de la femme fatale. Belleza no es mero atributo, propiedad cerrada de una vez y para siempre, sino Gestalt. Tal vez motivo por el cual se vuelve arduo emitir dictamen a partir de fotos en una app, pues esfuma el efecto porte: serás bella por cómo camines, hables, te comportes. En definitiva, por cómo pongas a trabajar el accidente de tu belleza. Así pareció creerlo Virgilio también, a decir de su Eneida. Tecnología que deja de emplearse se atrofia. Cuanto más hostil resulte a mujeres la estructura económica de oportunidades, más probable optimización de la tecnología belleza, más coqueta y menos andrógina presentación cotidiana de la mujer: se dice a veces de mujeres de otras latitudes que son más femeninas, quizá sólo más aferradas a su tecnología.
Bazar persa
La belleza es por ello activo de mercado, dotada de un valor de cambio al cual no pocas mujeres acaban por sucumbir: circunstancia parodiada en célebre gráfico, Crazy/Hot. Divisa por medio de la cual adquieren el preciado bien de la atención, cuyo equivalente masculino son los logros, no obstante puedan sublimarse como signos de estatus que remitan al logro: éxito, riqueza. Aun el físico masculino ha de ser logrado, el varón carece de belleza natural. Hipergamia, hibristofilia, amor por conveniencia femenino, amor por ideal masculino: irrelevante. No te es dado acordar qué activos se premian en los mercados sexual y matrimonial: aspecto y carácter en mujeres, competencia y capacidad en hombres. No en vano, el primer beneficiario de amar por ideal es el varón, que logra así llevar hasta el límite las potencias masculinas: estamos programados para ese desfondamiento. Procede asignar soluciones culturales capaces de encauzar virtuosamente las pulsiones sexuales de emparejamiento, en lugar de negarlas o empeñarse en revertirlas.
Cabelleras al rape
El escarnio de mujeres que lamentan haber tomado malas decisiones aboca a la paradoja: si se critica al feminismo por atribuir a las mujeres agencia equivalente a los varones, no cabe luego pedirles cuentas como si fueran varones. Tal y como un exceso de solemnidad es típico del hombre, un exceso de frivolidad es típico de la mujer. Sostener cierto orden natural que subordine la mujer al hombre no implica disminuirla, ni odiarla tampoco. El punto de vista tradicional atribuye a ellas mayores dificultades para anticipar consecuencias a sus actos, ratificando hombres y mujeres como fundamentalmente distintos. Achacar una dejación de funciones en el varón no resultará: para responsabilizarlos debe verse restituido el principio de autoridad. La proliferación de tatuajes sobre la piel de las mujeres, que hace las veces de rito de paso, señala oportunidad para ciertas restituciones: padecemos hoy empacho de experiencias, pero voraz hambre de ritos. Observará Kazantzakis: “hay una sola mujer en el mundo, una mujer con muchos rostros”.
Un fantástico artículo mi estimado escritor, hay suficientes escritos sobre este tema como para ahogarse en el desbordamiento de la tinta que se uso para escribirlos. Sin embargo, pocas veces se logra tocar un tema similar, porque suele faltar la honestidad, uno nunca quiere admitir ciertos errores porque en nuestro mundo señalar esos errores te hacen vivir en la penumbra. Bien leí una vez que una mujer tiene el problema de ser incapaz de crear una obra de arte mas hermosa que ella misma.
No pare de escribir porque es un placer leerle.